Los latinoamericanos tenemos una deuda con Haití y es buena la hora para pagarla. Fuera de los Estados unidos de NA, Haití fue el primer pueblo en independizarse y fue el lugar de refugio de las personas libertarias en los momentos de la lucha por la independencia latinoamericana. Es el lugar donde se concibió que los colores amarillo, azul y rojo embellecerán las banderas de la Venezuela, Colombia y Ecuador. Es el lugar donde los independentistas se hacían llamar "incas", como en el mundo andino, y que escogió llamarse "Haití" (tierra alta) usando el idioma taíno, en vez de usar el francés o el castellano para autonombrarse.
Es la cuna de la primera rebelión antiesclavista del planeta que tuvo éxito... pero también es el país que hasta hoy paga el precio de ese atrevimiento y por esa victoria. Con una mano en el pecho debemos reconocer que los que ayer abrieron puertas para nuestra independencia y que lucharon en nombre del Nuevo Mundo (y no de Europa o de África), en nuestros días no son considerados latinoamericanos. Para el pueblo llano de América Latina y el Caribe, Haití tal vez nos pertenezca sólo en el mapa y nada más. Si no fuera por Alejo Carpentier y su extraordinaria "El siglo de las luces", la intelectualidad globalizada y de moda no hubiera hablado de Haiti en los últimos 50 años.
Tenemos los ojos cerrados frente a lo que allí sucede. No hay peor ciego que el que no quiere ver, pues nosotros sabemos perfectamente que es el país con las peores estadísticas de pobreza de todo el Nuevo Mundo. Me atrevería a decir que eso le proporciona a ciertos políticos y planificadores la íntima felicidad de no ser considerados los últimos en ese rubro. Felicidad que no mueve a la solidaridad, pues somos tan ajenos a Haiti como alejados estamos a Mongolia e Irkutsk, en sus antípodas.
Sin embargo Haití pertenece al Nuevo Mundo y ayudó a forjarlo. Hoy ya se habla desembozadamente de crear un protectorado de las Naciones Unidas, puesto que hay que inventar nuevos términos para expresar lo que tanto (in)gobernabilidad como (in)gobernanza no alcanzan a describir. Cuando ese planteamiento sea oficial, seguramente correrán las listas de abajofirmanes protestando por el hecho.
Lo que Haiti necesita de nosotros es más que una "solidaridad" en la emergencia. Nosotros, los latinoamericanos y caribeños tenemos una deuda con ese pueblo hermano y debemos pagarla. Ha llegado el momento.
Sólo latinoamericanos como nosotros podremos entender lo que allí sucede y cómo se puede actuar. Hablando de los problemas del desarollo nosotros sabemos cómo funcionan los presidentes y los parlamentos, cómo funcionan las mafias y los grupos de poder, los narcos y los falsos profetas, los burócratas, los consultores y todolodemás. Sabemos lo que es trabajar en zonas de guerra, en barrios populares y en medio de la amenaza y la inseguridad. Haití es igual que nosotros e idéntico a vastas zonas en cada uno de nuestros países, con la única diferencia que allí acontecen todos los problemas juntos y desde hace tiempo. Pero los latinoamericanos también sabemos por experiencia propia que son las noticias malas las que llegan a los titulares de fuera. También sabemos que en todas las esferas y estratos sociales --absolutamente todas-- hay mujeres y hombres insospechadamente extraordinarios que saben dar de si aún en los momentos menos favorables. En eso tampoco Haití es diferente a nosotros, salvo el hecho que están a punto de perder la esperanza.
La experiencia que tenemos nos dice que luego de un desastre generalmente se reconstruye la miseria cuando es ese el momento --esa la oportunidad-- para que las cosas cambien. La experiencia reciente también nos dice que nosotros tenemos en nuestras cabezas el "chip" de la ayuda humanitaria, pero no tenemos el "chip" de la reconstrucción. Pasada la emergencia muy rápido vendrán las lavadas de manos, las excusas para no hacer mucho (o nada) y el olvido. La experiencia reciente también nos dice que no será dinero el que faltará. Los latinoamericanos sabemos hacer mucho con poco. Ahora tenemos una oportunidad para arreglar cuentas con nuestra historia.
Propongo a quienes trabajamos en los asuntos de la cooperación al desarrollo donemos cerebro, donemos nuestra experiencia y hasta nuestra rabia contenida. Mostremos nuestra solidaridad pensando "fuera del marco" el mejor modo de apoyar con energía y profesionalismo al pueblo de Haití para reconstruir sus ciudades, su economía y su tejido social. En medio de la desgracia, la coyuntura internacional es favorable para movilizar recursos. Los dueños del mundo no saben qué hacer con Haití. La ventana de oportunidad para que nos permitan pensar en la reconstrucción desde el momento de la emergencia se ha abierto.
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